Los poderosos “aprietan”, y “aprietan” bien. Observe por un momento la imagen. El gorila aprieta con fuerza. Hace daño. Lo sabe. No está solo. Lo hace acompañado de la justicia, la banca, los medios, el campo, las empresas, la extrema derecha y la derecha extrema. Todos juntos, “apretando”. Es gente que “aprieta” bien. Que sabe “apretar”.
Lo vienen haciendo desde los albores de la patria vieja. No es gente normal, es gente de aperitivo y whisky de malta al mediodía. Entre ellos se saludan blandiendo un cigala en la mano.
Es la forma de demostrar que no les cabe más felicidad en el cuerpo, ni más trampas, que no se pueda solventar por unos jueces cortesanos que imparten jurisprudencia desde sus genitales, con el deseo enorme de que caiga el país que nosotros ya lo levantaremos.
Mientras tanto, la otra gente, la de mejor carne mortal de clase baja, espera que la vida escampe. La paciencia les viene de su pobreza. Han aprendido a esperar y a callar, y oler las vacaciones de los demás.
En ocasiones, se está más a salvo sepultado por el olvido. El perro de mi abuelo movía la cola a los pies de la mesa en espera de unas migajas. Así mueven el rabo algunos políticos ante el poder “real”, el verdadero. Políticos enmascarados que mutan sin rubor de liberales a “fascios” libertarios, de clásicos a renovadores, de heterodoxos a ortodoxos, de progresistas a neoliberales. Es así como nos despeñamos en el precipicio de la política tribal.
Esa maquinaria palaciega donde algunos políticos entran como cerdos y salen como salchichas: manufacturados por el “establishment” dominante. Así nos pasamos la vida consumiendo momentos tontos: en la consulta del dentista, esperando el subte, cortando la lechuga, escuchando a Milei.
Estamos empecinados con el desarrollo de la inteligencia artificial cuando muchos, por decirlo con suavidad, no han desarrollado todavía la suya. No basta con desfascitar las instituciones, antes hay que desfascitar el lenguaje. Se sabe que la prueba definitiva de la victoria de una idea neoliberal y “fascistoide” es que condicione las vidas de los que no creen en ella.
El dólar vuelve a sudar. Y cuando suda, sudamos todos. Y cuando sudamos verde olemos a humanidad vieja. A patria de pena chica. El dólar no tiene otro sustento que el de la confianza. Tenemos en él una fe ciega, no muy distinta de la de carácter religioso.
Vale porque creemos que vale. El valor del dinero es un acto de fe. De fe en el sistema. Bastaría que nos declaráramos ateos al dólar para que se viniera abajo en cuatro días. Pero habría que dejar de creer, y eso supone perder la confianza. Y la confianza lo es todo.
También en política. Ya no estamos para sustos. Todo se ha simplificado. Hoy, cuando el poder “real” te mete la mano en el bolsillo no lo hace con una navaja en el cuello, te arrima el filo lacerante de un billete verde en el cogote. Un robo fácil, limpio, aséptico.
Disuade más. Y “aprieta”. Y como “aprieta”. No hay nada más viejo ni más actual que amenazar con una divisa. Esas penas que hoy se almacenan en silobolsas.
Observe por un momento los ojos del gorila. Son los ojos del odio. Ese odio iracundo, de sangre parda, atravesada. Un odio cada vez más sofisticado, más salvaje, que no cicatriza y supura hondo, en carne viva. Tanto odio cansa. Pero vuelve. Y asusta.
Hay mapas de odio que se han dibujado sobre pieles humanas. Uno se pregunta cómo se vuelve a la vida con una bala imaginaria en la cabeza. Como se camina por las calles con un agujero invisible en la frente. Cómo se sigue adelante sin que el miedo te paralice, te disuelva y te devore.
Alberto Fernández ha renunciado a ser candidato presidencial. La vida que no podemos vivir podemos soñarla, soñar es otra manera de vivir, más libre, más bella, más auténtica.
Entonces soñemos. Cuando la muerte del invierno pase, que pasará, tal vez amanezca sobre el horizonte el parto fulguroso de una candidata que brote luminosa en la próxima primavera.
Los ojos del gorila son los ojos del odio. Ese odio iracundo, de sangre parda, atravesada. Un odio cada vez más sofisticado, más salvaje, que no cicatriza y supura hondo, en carne viva. Tanto odio cansa. Pero tal vez amanezca sobre el horizonte el parto fulguroso de una candidata que brote luminosa en la próxima primavera.
Afuera hay un ocaso hondo, de luna llena. La oscuridad es la sangre, y el sol de cobijo no penetra en los arrabales. Hoy arden los sueños y con ellos el miedo.
Es todo tan azaroso que nos es imposible adivinar en la inmensa complejidad del presente dónde nos llevará el aleteo de la mariposa de hoy. Todo está ahí, y en ninguna parte.
No se olvide que el futuro no es lo que va a pasar, es lo que usted decida que pase. Eso sí, como dijo el poeta: con “tú verdad no, con la verdad. Y ven conmigo a buscarla”.
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